miércoles, 11 de noviembre de 2009

Una nueva morada


Su avanzada edad complicó las cosas, evitando su recuperación y llevándolo directamente hacia la muerte. Poca fue la ayuda que le pudieron proporcionar en el hospital Eugenio Espejo de Quito. Sus quemaduras de tercer grado le ocasionaron un infarto instantáneo.
Celio Enrique Canchigña, un octogenario quiteño, yacía muerto en el piso de la sala de autopsias de la Policía Judicial. “Llegó un fresco”, se escuchaba gritar en los pasillos de la morgue, mientras que Manuel, aquel hombre de gesto pícaro, encargado de recibir a los muertos, se alertó ante la nueva presencia y de inmediato corrió a abrir las puertas de vidrio, que dan paso a los congeladores de la morgue.
Un cuerpo se veía bajar de un camión congelador de la Policía Judicial, una camilla dura, de aproximadamente dos metros de largo, fría y de metal sostenía al recién llegado. Sobre él, una manta blanca, con pigmentaciones rojas y amarillas lo cubría ligeramente.
De repente el aire comenzó a espesar, cuando por un instante el Mayor Guarnilla, quien había realizado el levantamiento del cadáver, descubrió el rostro de Celio, dejando ver la forma cruel en la que el fuego había destrozado su cara.
Mientras que en la sala de autopsias se registraba al recién llegado, con notable desconsuelo, respiración agitada y pasos apresurados, varias personas llegaron hasta las instalaciones de la morgue al centro norte de la capital. “Busco a mi mamá, está desaparecida desde el 16 de octubre y me dijeron que la puedo encontrar aquí” exclamaba Joaquina Rosas de 46 años, quien prefirió entrar personalmente a verificar que su madre no estaba en aquel lugar. Con un ligero suspiro de esperanza y felicidad, aun guarda el anhelo de encontrarla viva, en alguna parte de la ciudad.
La mañana del 27 de octubre, el lugar estaba lleno. Los 28 congeladores que en su interior albergan a muertos de días anteriores, no daban cabida para uno más. “Don Manuel” y el cabo Mantilla procedieron a dejar el cuerpo de Celio en la mitad de aquel sitio, invadido por un frio hiperbóreo y por su habituales y molestos visitantes: los mosquitos.
Mientras el Mayor Guarnilla acababa de llenar el acta ingreso 1534, de un pequeño sifón de mallas oxidadas y manchas de sangre, ubicado a pocos centímetros del difunto, emanaba un fuerte olor, que tras el paso del tiempo se impregnaba de a poco en la ropa, en la piel incluso hasta en los huesos.
Muy poco se sabe sobre lo que realmente sucedió la mañana del 27 de octubre, para que Celio Enrique Canchigña, ingresara de urgencia al Hospital Eugenio Espejo. Se presume que sus quemaduras fueron producidas por un descuido involuntario del fallecido.
Su cuerpo fue ingresado a la morgue a las 11:45 am. Miembros de la Policía Judicial y del Hospital Eugenio Espejo intentaron localizar a algún familiar, sin obtener mayor resultado.
Ahora Celio permanecerá en su morada a-2, del cuarto de congeladores, hasta que algún familiar lo vaya a recoger. Si transcurren más de tres meses sin que nadie busque a Celio Canchigña, su cuerpo será enterrado junto a otros cuerpos sin reconocer, el la fosa común ubicada en el cementerio de San Diego, en el centro sur de Quito.

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