viernes, 20 de noviembre de 2009

Desde la cuna, hasta el cajón.

Cantaba y tocaba hasta que su último aliento se quedaba en el “tablón”. Un bombo pintado con los colores del equipo de su pasión lo acompañaba siempre, desde Ponciano, hasta el último estadio de Ecuador. Era Xavier Zamora, miembro asiduo de la barra Muerte Blanca, quien con sus 28 años nunca dejó de alentar a la Liga de Quito.
Su muerte fue repentina. Aquel joven vivaz, de cabello rizo y claro, aspecto corpulento y personalidad penetrante, dejó un gran vacío entre familiares y amigos.
Tiempo atrás, en enero se le había detectado una úlcera sangrante, motivo por el cual “Zamorita”, como lo conocían, decidió abandonar Quito y viajar a Ambato, para seguir una rehabilitación en la clínica donde trabajaba su hermana.
La rehabilitación fue exitosa, tras un mes y dos días de constante tratamiento, Xavier fue dado de alta. Por lo que decidió regresar a la capital para seguir alentando a su equipo, junto a resto de la hinchada.
Pero el alivio y la tranquilidad que le dio la rehabilitación no duró mucho tiempo. A la semana de regresar de Ambato, su corpulento cuerpo se desvanecía. Su piel blanca se tornaba amarilla con las constantes nauseas lo abatían, sus pálpitos se desataban y en repetidas ocasiones su respiración escaseaba.
Su padre,Patricio Zamora, era su única compañía en Quito, desde que Amelia, madre y esposa falleciera hace más de cinco años. La impotencia de Patricio al ver a su hijo desmoronarse físicamente, lo destrozaba por dentro y por ese motivo decidió llevar a Xavier nuevamente a Ambato, para que le realicen un nuevo tratamiento.
Todo pasó la mañana del 7 de marzo del 2009, cuando “Zamorita” se preparaba para ir a la clínica. “Salió de su cuarto y se fue para el baño a arreglarse el pelo”, recuerda su padre, con evidente y delatora tristeza. Él sabía demorarse un poco, pero esa vez, fue demasiado.
Al ver que Xavier no salía, su padre golpeó la puerta y pudo escuchar un respiro forzado de su hijo. Con desesperación trató de abrir la puerta y tras varios intentos lo consiguió. Al abrir vio a su hijo caer en sus brazos ya casi muerto, cuenta Patricio, totalmente abatido.
Recuerda también que cuando llevaron a su hijo a la clínica ya no se pudo hacer nada. Doctores y enfermeras corrían, sin embargo Xavier Zamora fue declarado muerto el 7 de marzo a las 11h35. El resultado de la autopsia reveló que su fallecimiento había sido provocado por un paro cardiorespiratorio.
“Fue un golpe terrible para mi hija Kathy y para mi, ya perdimos a mi esposa y ahora se nos va también el Xavier”. Dice Patricio.
La notica no tardo mucho en llegar a Quito. Katherine, hermana de Xavier, dio la noticia a sus amigos más cercanos.
Juan Salvas, fue el primero en enterarse. “No lo podía creer, fue un golpe demasiado duro, uno de los míos, mi amigo, mi pana, el que había sido mi confidente toda la vida estaba muerto”, comenta Juan con voz quebradiza.
De inmediato todos los amigos se empezaron a contactar. La muerte de Xavier abatió terriblemente a todos los integrantes de la Muerte Blanca, quienes empezaron a organizarse para viajar a Ambato a dar el último adiós a su colega.
El día del funeral, miembros de la barra de Liga, alquilaron un bus que los llevaría hasta Guachi Chico, lugar en donde se velaría y enterraría a Xavier.
“Fue el viaje más largo y doloroso que he hecho en mi vida” cuenta Gonzalo Salinas, uno de los amigos, quien viajó al funeral.
El velorio se realizó en un local del pueblo, prestado por un conocido de la familia. Pero el momento más conmovedor y doloroso fue cuando todos sus amigos llegaron desde Quito, y con canticos recordaron a Xavier.
Con la presencia de todos los miembros de la barra, Patricio Zamora se dirigió hasta el ataúd donde yacía su hijo. Con ayuda de ellos, lo abrieron y en su interior colocaron los objetos más preciados de Xavier. La camisita de la “U”, una wira, los mazos con los que tocaba su instrumento y un parche del Che Guevara que lo utilizaba en su bombo.
Finalizada la velación y la misa, lo llevaron hasta el cementerio de Guachi Chico. Al momento del entierro, cuando estaban colocando el ataúd en el nicho, Roberto Meneses entonó una canción en el bombo que había pertenecido a Xavier, y según Gonzalo Salinas, ese fue el momento más sublime de todos.
Es 2 de Noviembre, día en el que se conmemora a todos los muertos, los amigos de Xavier quisieron homenajearlo: organizando una sorpresiva y masiva convocatoria.
“Él Xavi siempre quiso hacer una bandera para alentar a la “U”, pero por vago nunca la hizo. Ahora la vamos a hacer en honor a él”, comentó Diego Gallardo.
“El tope” u hora de encentro fue a las 11h00 en las boleterías del estadio de Liga. Al encuentro asistieron integrantes antiguos y jóvenes de la Muerte Blanca, donde también llegó Patricio Zamora. Todos acudieron al lugar con un mismo objetivo: honrar la memoria de su amigo quien ahora descansa en paz.
Por motivos de presupuesto, todos sus amigos no pudieron viajar a Ambato, por eso decidieron recordar a su amigo, desde la Casa Blanca.
Una tela blanca con una franja roja en la mitad, de dos metros y medio de largo fue extendida en la vereda de Ponciano. Los tarros de pintura roja y negra junto a algunas latas de aerosol dorado la acompañaban. Brochas, cinta adhesiva y manos amigas fueron los elementos necesarios para crearla.
Entre risas, recuerdos de tiempos pasados y bromas particulares, todos lo que colaboraron en la fabricación de la bandera, exhibieron su trabajo final y con ello una muestra de satisfacción se veía en sus rostros.
Mientras tanto, el padre de Xavier, no pudo evitar las lágrimas al momento en que todos los amigos de su hijo levantaron la bandera y la exhibieron. Al final de la tarde, finalizada la bandera. Con canticos y recuerdos todos honraron a su “Xavi querido”.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Una nueva morada


Su avanzada edad complicó las cosas, evitando su recuperación y llevándolo directamente hacia la muerte. Poca fue la ayuda que le pudieron proporcionar en el hospital Eugenio Espejo de Quito. Sus quemaduras de tercer grado le ocasionaron un infarto instantáneo.
Celio Enrique Canchigña, un octogenario quiteño, yacía muerto en el piso de la sala de autopsias de la Policía Judicial. “Llegó un fresco”, se escuchaba gritar en los pasillos de la morgue, mientras que Manuel, aquel hombre de gesto pícaro, encargado de recibir a los muertos, se alertó ante la nueva presencia y de inmediato corrió a abrir las puertas de vidrio, que dan paso a los congeladores de la morgue.
Un cuerpo se veía bajar de un camión congelador de la Policía Judicial, una camilla dura, de aproximadamente dos metros de largo, fría y de metal sostenía al recién llegado. Sobre él, una manta blanca, con pigmentaciones rojas y amarillas lo cubría ligeramente.
De repente el aire comenzó a espesar, cuando por un instante el Mayor Guarnilla, quien había realizado el levantamiento del cadáver, descubrió el rostro de Celio, dejando ver la forma cruel en la que el fuego había destrozado su cara.
Mientras que en la sala de autopsias se registraba al recién llegado, con notable desconsuelo, respiración agitada y pasos apresurados, varias personas llegaron hasta las instalaciones de la morgue al centro norte de la capital. “Busco a mi mamá, está desaparecida desde el 16 de octubre y me dijeron que la puedo encontrar aquí” exclamaba Joaquina Rosas de 46 años, quien prefirió entrar personalmente a verificar que su madre no estaba en aquel lugar. Con un ligero suspiro de esperanza y felicidad, aun guarda el anhelo de encontrarla viva, en alguna parte de la ciudad.
La mañana del 27 de octubre, el lugar estaba lleno. Los 28 congeladores que en su interior albergan a muertos de días anteriores, no daban cabida para uno más. “Don Manuel” y el cabo Mantilla procedieron a dejar el cuerpo de Celio en la mitad de aquel sitio, invadido por un frio hiperbóreo y por su habituales y molestos visitantes: los mosquitos.
Mientras el Mayor Guarnilla acababa de llenar el acta ingreso 1534, de un pequeño sifón de mallas oxidadas y manchas de sangre, ubicado a pocos centímetros del difunto, emanaba un fuerte olor, que tras el paso del tiempo se impregnaba de a poco en la ropa, en la piel incluso hasta en los huesos.
Muy poco se sabe sobre lo que realmente sucedió la mañana del 27 de octubre, para que Celio Enrique Canchigña, ingresara de urgencia al Hospital Eugenio Espejo. Se presume que sus quemaduras fueron producidas por un descuido involuntario del fallecido.
Su cuerpo fue ingresado a la morgue a las 11:45 am. Miembros de la Policía Judicial y del Hospital Eugenio Espejo intentaron localizar a algún familiar, sin obtener mayor resultado.
Ahora Celio permanecerá en su morada a-2, del cuarto de congeladores, hasta que algún familiar lo vaya a recoger. Si transcurren más de tres meses sin que nadie busque a Celio Canchigña, su cuerpo será enterrado junto a otros cuerpos sin reconocer, el la fosa común ubicada en el cementerio de San Diego, en el centro sur de Quito.